martes, enero 04, 2011

Fiesta popular de ultratumba



J.H y Reissig
Fiesta popular de ultratumba

Un gran salón. Un trono. Cortinas. Graderías.

(Adonis ríe con Eros de algo que ha visto en Aspasia)

Las lunas de los espejos muestran sus pálidos días,

y hay en el techo y la alfombra mil panoramas de Asia.

Las lámparas se consumen en amarillas lujurias,

y las estufas se encienden en pubertades de fuego;

(entran Sátiros, Gorgonas, Ménades, Ninfas y Furias

mientras recita unos versos el viejo patriarca Griego).

Unos pajes a la puerta visten dorado uniforme;

cruzan la sala doncellas ornadas con velos blancos.

(Anuncian: están Goliat y una señora biforme

que tiene la mitad pez, Barba Azul y sus dos zancos).

Un buen Término se ríe de un efebo que se baña.

Todos tiemblan de repente. (Entra el Hércules nervudo).

Grita Petronio: ¡Salermo! Grita Luis Once:¡Champaña!

(Grita un pierrot: ¡Menelao con su cuerno y un escudo!).

Todos ríen; sólo guardan seriedad Juno y Mahoma,

el gran César y Pompeyo, Belisario y otros nobles

(que no fueron muy felices en el amor). se oyen dobles

funerarios: es la Parca que se asoma...

Todos tiemblan; los más viejos rezan, se esconden, murmuran,

Safo la besa la mano, Se oye de pronto un gran ruido,

es Venus que llega: todos se desvisten, tiemblan, juran,

se arrojan al suelo y sólo se oye un inmenso rugido

de fiera hambrienta: los hombres se abalanzan a la diosa,

(ya no hay nadie que esté en calma, todos perdieron el juicio);

todos la besan, la muerden con una furia espantosa,

y Adonis, llora de rabia... En medio de ese desquicio.

el Papa Borgia está orando (mientras pellizca a una niña).

Tan sólo un bardo protesta: Lamartine, con voz airada;

para restaurar el orden se llamó a Marat. La riña

duró un minuto y la escena vino a terminar en nada.

Con el ala en un talón entró Mercurio; profundo

silencio halló el mensajero. El gran Voltaire guiñó un ojo

como queriendo decir: ¡cuánto pedante en el mundo

que piensa con los talones! (Juan lo miró de reojo,

y un periodista que había se puso serio y muy rojo).

Entra Aladino y su lámpara. Entran Cleopatra y Filipo.

Entra la Reina de Saba. Entran Salomón y Creso.

(Con las pupilas saltadas se abalanzó un burgués rico,

un banquero perdió el habla y otro se puso muy tieso.

"Mademoiselle Pompadour", anuncia un paje. Mil notas

vibran de pronto; los hombres aparecen con peluca;

(un calvo aplaude, y de gozo brinca una vieja caduca).

Comienza el baile: pavanas, rondas, minués y gavotas.

Bailan Nemrod y Sansón, Anteo, Quirón y Eurito;

bailan Julieta, Eloísa, Santa Teresa y Eulalia.

Y los centauros: Caumantes, Grineo, Medón y Clito;

(Hércules no; le ha prohibido bailar celosa Onfalia).

Entra Baco, de repente; todos gritan: ¡Vino! ¡Vino!

(Borgoña, Italia y Oporto, Jerez, Chipre, Cognac, Caña,

Ginebra y hasta Aguardiente), ¡viva el pámpano divino,

vivan Noé y Edgard Poe, Byron, Verlaine y el Champaña!

Esto dicho, se abalanzan a un tonel. Un fraile obeso

cayó, debido, sin duda (más que al vino) al propio peso.

Como sintieron calor Apuleyo y Anacreonte

se bañaron en un cubo. Entra de pronto Caronte.

(Todos corren a ocultarse). No faltó algún moralista

español (ya se supone) que los tratara de beodos;

el escándalo tomaba una proporción no vista,

hasta que llegó Saturno y, gritando de mil modos,

dijo que de buenas ganas iba a comerlos a todos.

Hubo varios indidentes. (Entra Atila y se hunde el piso.

Eolo apaga una bujías. Habla Dantón: se oye un trueno).

En el vaso en que Galeno

y Esculapio se sirvieron, ninguno servirse quiso.

Un estoico de veinte años, atacado por el asma,

se hallaba lejos de todos. "Denle pronto este jarabe",

dijo Hipócrates, muy serio. Byron murmuró, muy grave:

"Aplicadle una mujer en forma de cataplasma".

Una risa estrepitosa sonó en la sala. De rojo

vestido de dandy gallardo, diole la mano al poeta

que tal ocurrencia tuvo. (El gran Byron, que era cojo

tanto como presumido, no abandonó su banqueta,

y tuvo para Mefisto la inclinación más discreta).

En esto hubo discusiones sobre cual de los suicidas

era más digno de gloria. Dijo Julieta: "Yo he sido

una reina del Amor; hubiera dado mil vidas

por juntarme a mi Romeo". Dijo Werther: "Yo he cumplido

con un impulso sublime de personal arrogancia".

Hablaron Safo y Petronio, y hasta Judas el ahorcado;

por fin habló el cocinero del famoso Rey de Francia,

el bravo Vatel: Yo, dijo, con valor me he suicidado

por cosas más importantes, ¡por no encontrar un pescado!

Todos soltaron la risa. (Grita un paje: Está Morfeo)

Todos callan, de repente... todos se quedan dormidos.

Se oyen profundos ronquidos.

(Entra en cuclillas un loco que se llama Devaneo).

De Los maitines de la noche

Ballard una autopsia del futuro interior.