martes, abril 19, 2022
jueves, abril 07, 2022
Ballard: una
autopsia del futuro interior
En qué creo.
James
Ballard.
Creo en el
poder de la imaginación para rehacer el mundo, liberar la verdad que hay en
nosotros, alejar la noche, trascender la muerte, encantar las autopistas, congraciarnos
con los pájaros y asegurarnos los secretos de los locos.
Creo en mis
propias obsesiones, en la belleza de un choque de autos, en la paz del bosque
sumergido, en la excitación de una playa de vacaciones desierta, en la elegancia
de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de
varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.
Creo en las
pistas de aterrizaje olvidadas de Wake Island, señalando a los Pacíficos de
nuestras imaginaciones.
Creo en la
belleza misteriosa de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el
borde de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos
heridos; en las sonrisas perturbadas de los empleados de estaciones de
servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher acariciada por ese joven soldado
argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de
servicio tuberculoso.
Creo en la
belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus fantasías, tan cerca de mi
corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con los rieles de cromo de
las góndolas de supermercado; en su cálida tolerancia de mis propias perversiones.
Creo en la
muerte del mañana, en el acabamiento del tiempo, en la búsqueda de un tiempo
nuevo en las sonrisas de las mozas de los bares de las rutas y en los ojos
cansados de los controladores de tráfico aéreo en aeropuertos fuera de temporada.
Creo en los
órganos genitales de los grandes hombres y mujeres, en las posturas corporales
de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y la Princesa Diana, en el suave olor que
emana de sus labios cuando miran a las cámaras del mundo entero.
2
Creo en la
locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en
la demencia de las flores, en la enfermedad reservada para la raza humana por
los astronautas del Apolo.
No creo en
nada.
Creo en Max
Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, de Chirico,
Magritte,
Redon, Durero, Tanguy, el Facteur Cheval, las torres Watts, Bocklin,
Francis
Bacon, y en todos los artistas invisibles dentro de las instituciones psiquiátricas
del mundo.
Creo en la
imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en lo absurdo del
electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética,
en las intenciones asesinas de la lógica.
Creo en las
adolescentes, en la corrupción que hay en ellas sólo por la postura de sus
piernas, en la pureza de sus cuerpos desaliñados, en los rastros que sus partes
pudendas dejan en los baños de moteles miserables.
Creo en el
vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez haya
volado, en la piedra arrojada por un niño pequeño que lleva en sí misma la sabiduría
de los estadistas y de las parteras.
Creo en la
amabilidad del bisturí, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en
el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la
locuacidad de los planetas, en la redundancia de nosotros mismos, en la inexistencia
del universo y el aburrimiento del átomo.
Creo en la
luz que arrojan las videograbadoras en las vidrieras de las grandes tiendas, en
la agudeza de las parrillas de los radiadores en los salones de venta de automóviles,
en la elegancia de las manchas de aceite sobre las barquillas de los motores de
los 747 estacionados en las pistas de los aeropuertos.
Creo en la
no existencia del pasado, en la muerte del futuro, y en las infinitas posibilidades
del presente.
Creo en el
desarreglo de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet,
Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.
Creo en los
diseñadores de las Pirámides, el Empire State, el bunker del Fuhrer en Berlín,
las pistas de aterrizaje de Wake Island.
Creo en la
fragancia del cuerpo de la Princesa Diana.
Creo en los
próximos cinco minutos.
Creo en la
historia de mis pies.
3
Creo en las
migrañas, el aburrimiento de las tardes, el temor a los calendarios, la traición
de los relojes.
Creo en la
ansiedad, la psicosis y la desesperanza.
Creo en las
perversiones, en el amor obsesivo por los árboles, las princesas, los primeros
ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más bellas que el Taj Mahal),
las nubes y los pájaros.
Creo en la
muerte de laa emociones y el triunfo de la imaginación.
Creo en
Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.
Creo en el
alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y el agotamiento.
Creo en el
dolor.
Creo en la
desesperanza.
Creo en
todos los niños.
Creo en
mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, tableros de horarios
de vuelos, carteles indicadores de los aeropuertos.
Creo en
todas las excusas.
Creo en
todas las razones.
Creo en
todas las alucinaciones.
Creo en toda
la rabia.
Creo en
todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías y evasiones.
Creo en el
misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la
sabiduría de la luz.
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