viernes, diciembre 22, 2017
lunes, julio 10, 2017
miércoles, abril 19, 2017
viernes, marzo 31, 2017
lunes, marzo 27, 2017
El MANTRA mas PODEROSO y secreto del MUNDO
OM AH HUM VAJRA GURU PADMA SIDDHI HUM
y se pronuncia Om Ah Hum Benza Guru Pema Sidi Hung
OM AH HUNG logra las seis virtudes espirituales
VAJRA logra la actividad pacificadora
GURU logra la actividad enriquecedora
PEMA logra la actividad magnetica
SIDDHI logra la actividad iluminada en general
HUNG logra la actividad iluminada colérica. (concepto de las Deidades coléricas)
miércoles, marzo 22, 2017
KUBLA KHAN
Coleridge- Kubla Khan – Prof. Marta BertoldSamuel Taylor Coleridge
KUBLA KHAN OR A VISION IN A DREAM
(Puesta en español por Prof. Marta Bertold)
En Xanadu Kubla Khan
decretó la construcción de una majestuosa mansión de placer:
donde Alfeus el río sagrado, corría
a través de cavernas inmensurables para el hombre
hacia abajo, hacia un mar sin sol.
Así dos veces cinco millas de tierra fértil
fueron rodeadas por murallas y torres:
Y había jardines brillantes con arroyuelos sinuosos,
donde florecían muchos árboles de incienso;
Y aquí había bosques tan antiguos como las colinas,
envolviendo espacios verdes llenos de sol
Pero, oh! aquel profundo abismo romántico que se inclinaba
bajando a través de la verde colina cubierta de cedros!
Un lugar salvaje! Tan santo y tan encantado
como el que alguna vez fue perturbado bajo una luna menguante
por una mujer lamentándose por su amante-demoníaco!
Y desde este abismo, con un incesante torbellino hirviente,
como si esta tierra respirara en rápidos y densos jadeos,
una fuente poderosa surgía con fuerza:
En medio de la cual rápido y medio intermitentes explotaban
enormes fragmentos abovedados como granizo que rebotaba o
como el trigo bajo el golpe del mayal del trillador:
y en medio de estas rocas danzantes una vez y siempre
surgía de repente el río sagrado.
Cinco millas serpenteantes con un movimiento sinuoso
a través del bosque y del valle corría el río sagrado,
llegando luego a las cavernas inconmensurables al hombre,
y se hundía tumultuosamente en un océano sin vida:
y en medio de este tumulto Kubla oyó a lo lejos
voces ancestrales profetizando guerra!
La sombra de la mansión del placer
flotaba a mitad de camino sobre las olas;
donde se oían los ritmos mezclados
de la fuente y de las cuevas.
Era un milagro de raro diseño
Una soleada mansión de placer con cuevas de hielo!
Una damisela con un dulcémele
en una visión una vez yo vi:
Era una doncella abisinia,
Y su dulcémele ella tañía,
cantando al Monte Abora.
Desearía revivir dentro de mí
su sinfonía y su canto,
y a tan profundo placer me sometería,
que con música fuerte y prolongada,
construiría esa mansión en el aire,
ese domo lleno de sol! Esas cuevas de hielo!
Y todos los que oyeran las verían allí,
y todos gritarían, Cuidado! Cuidado!
Sus ojos centelleantes, su pelo flotando!
Tejed un círculo alrededor de él tres veces,
y cerrad los ojos con santo temor,
porque él se ha alimentado de ambrosía,
y ha bebido de la leche del Paraíso.
lunes, marzo 20, 2017
En el bosque, Ryunosuke Akutagawa
Declaración del
leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi
-Yo confirmo, señor
oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta
mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para
hachar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña.
¿El lugar exacto? A cuatro o cinco cho, me parece, del camino del
apeadero de Yamashina. Es un paraje silvestre, donde crecen el bambú
y algunas coníferas raquíticas.
El muerto estaba
tirado de espaldas. Vestía ropa de cazador de color celeste y
llevaba un eboshi de color gris, al estilo de la capital. Sólo se
veía una herida en el cuerpo, pero era una herida profunda en la
parte superior del pecho. Las hojas secas de bambú caídas en su
alrededor estaban como teñidas de suho. No, ya no corría sangre de
la herida, cuyos bordes parecían secos y sobre la cual, bien lo
recuerdo, estaba tan agarrado un gran tábano que ni siquiera escuchó
que yo me acercaba.
¿Si encontré una
espada o algo ajeno? No. Absolutamente nada. Solamente encontré, al
pie de un abeto vecino, una cuerda, y también un peine. Eso es todo
lo que encontré alrededor, pero las hierbas y las hojas muertas de
bambú estaban holladas en todos los sentidos; la victima, antes de
ser asesinada, debió oponer fuerte resistencia. ¿Si no observé un
caballo? No, señor oficial. No es ese un lugar al que pueda llegar
un caballo. Una infranqueable espesura separa ese paraje de la
carretera.
Declaración del
monje budista interrogado por el mismo oficial
-Puedo asegurarle,
señor oficial, que yo había visto ayer al que encontraron muerto
hoy. Sí, fue hacia el mediodía, según creo; a mitad de camino
entre Sekiyama y Yamashina. Él marchaba en dirección a Sekiyama,
acompañado por una mujer montada a caballo. La mujer estaba velada,
de manera que no pude distinguir su rostro. Me fijé solamente en su
kimono, que era de color violeta. En cuanto al caballo, me parece que
era un alazán con las crines cortadas. ¿Las medidas? Tal vez cuatro
shaku cuatro sun, me parece; soy un religioso y no entiendo mucho de
ese asunto. ¿El hombre? Iba bien armado. Portaba sable, arco y
flechas. Sí, recuerdo más que nada esa aljaba laqueada de negro
donde llevaba una veintena de flechas, la recuerdo muy bien.
¿Cómo podía
adivinar yo el destino que le esperaba? En verdad la vida humana es
como el rocío o como un relámpago… Lo lamento… no encuentro
palabras para expresarlo…
Declaración del
soplón interrogado por el mismo oficial
-¿El hombre al que
agarré? Es el famoso bandolero llamado Tajomaru, sin duda. Pero
cuando lo apresé estaba caído sobre el puente de Awataguchi,
gimiendo. Parecía haber caído del caballo. ¿La hora? Hacia la
primera del Kong, ayer al caer la noche. La otra vez, cuando se me
escapó por poco, llevaba puesto el mismo kimono azul y el mismo
sable largo. Esta vez, señor oficial, como usted pudo comprobar,
llevaba también arco y flechas. ¿Que la víctima tenía las mismas
armas? Entonces no hay dudas. Tajomaru es el asesino. Porque el arco
enfundado en cuero, la aljaba laqueada en negro, diecisiete flechas
con plumas de halcón, todo lo tenía con él. También el caballo
era, como usted dijo, un alazán con las crines cortadas. Ser
atrapado gracias a este animal era su destino. Con sus largas riendas
arrastrándose, el caballo estaba mordisqueando hierbas cerca del
puente de piedra, en el borde de la carretera.
De todos los
ladrones que rondan por los caminos de la capital, este Tajomaru es
conocido como el más mujeriego. En el otoño del año pasado fueron
halladas muertas en la capilla de Pindola del templo Toribe, una dama
que venía en peregrinación y la joven sirvienta que la acompañaba.
Los rumores atribuyeron ese crimen a Tajomaru. Si es él quien mató
a este hombre, es fácil suponer qué hizo de la mujer que venía a
caballo. No quiero entrometerme donde no me corresponde, señor
oficial, pero este aspecto merece ser aclarado.
Declaración de
una anciana interrogada por el mismo oficial
-Sí, es el cadáver
de mi yerno. Él no era de la capital; era funcionario del gobierno
de la provincia de Wakasa. Se llamaba Takehito Kanazawa. Tenía
veintiséis años. No. Era un hombre de buen carácter, no podía
tener enemigos.
¿Mi hija? Se llama
Masago. Tiene diecinueve años. Es una muchacha valiente, tan
intrépida como un hombre. No conoció a otro hombre que a Takehiro.
Tiene cutis moreno y un lunar cerca del ángulo externo del ojo
izquierdo. Su rostro es pequeño y ovalado.
Takehiro había
partido ayer con mi hija hacia Wakasa. ¡Quién iba a imaginar que lo
esperaba este destino! ¿Dónde está mi hija? Debo resignarme a
aceptar la suerte corrida por su marido, pero no puedo evitar
sentirme inquieta por la de ella. Se lo suplica una pobre anciana,
señor oficial: investigue, se lo ruego, qué fue de mi hija, aunque
tenga que arrancar hierba por hierba para encontrarla. Y ese
bandolero… ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí, Tajomaru! ¡Lo odio! No
solamente mató a mi yerno, sino que… (Los sollozos ahogaron sus
palabras.)
Confesión de
Tajomaru
Sí, yo maté a ese
hombre. Pero no a la mujer. ¿Que dónde está ella entonces? Yo no
sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían
arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que
ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.
Ayer, pasado el
mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de
viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante…
Un segundo después ya no lo veía. La brevedad de esta visión fue
causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de
Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque
tuviese que matar a su acompañante.
¿Qué? Matar a un
hombre no es cosa tan importante como ustedes creen. El rapto de una
mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente
mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras ustedes
matan por medio del poder, del dinero y hasta de una palabra
aparentemente benévola. Cuando matan ustedes, la sangre no corre, la
víctima continúa viviendo. ¡Pero no la han matado menos! Desde el
punto de vista de la gravedad de la falta me pregunto quién es más
criminal. (Sonrisa irónica.)
Pero mucho mejor es
tener a la mujer sin matar a hombre. Mi humor del momento me indujo a
tratar de hacerme de la mujer sin atentar, en lo posible, contra la
vida del hombre. Sin embargo, como no podía hacerlo en el concurrido
camino a Yamashina, me arreglé para llevar a la pareja a la montaña.
Resultó muy fácil.
Haciéndome pasar por otro viajero, les conté que allá, en la
montaña, había una vieja tumba, y que en ella yo había descubierto
gran cantidad de espejos y de sables. Para ocultarlos de la mirada de
los envidiosos los había enterrado en un bosque al pie de la
montaña. Yo buscaba a un comprador para ese tesoro, que ofrecía a
precio vil. El hombre se interesó visiblemente por la historia…
Luego… ¡Es terrible la avaricia! Antes de media hora, la pareja
había tomado conmigo el camino de la montaña.
Cuando llegamos ante
el bosque, dije a la pareja que los tesoros estaban enterrados allá,
y les pedí que me siguieran para verlos. Enceguecido por la codicia,
el hombre no encontró motivos para dudar, mientras la mujer prefirió
esperar montada en el caballo. Comprendí muy bien su reacción ante
la cerrada espesura; era precisamente la actitud que yo esperaba. De
modo que, dejando sola a la mujer, penetré en el bosque seguido por
el hombre.
Al comienzo, sólo
había bambúes. Después de marchar durante un rato, llegamos a un
pequeño claro junto al cual se alzaban unos abetos… Era el lugar
ideal para poner en práctica mi plan. Abriéndome paso entre la
maleza, lo engañé diciéndole con aire sincero que los tesoros
estaban bajo esos abetos. El hombre se dirigió sin vacilar un
instante hacia esos árboles enclenques. Los bambúes iban raleando,
y llegamos al pequeño claro. Y apenas llegamos, me lancé sobre él
y lo derribé. Era un hombre armado y parecía robusto, pero no
esperaba ser atacado. En un abrir y cerrar de ojos estuvo atado al
pie de un abeto. ¿La cuerda? Soy ladrón, siempre llevo una atada a
mi cintura, para saltar un cerco, o cosas por el estilo. Para
impedirle gritar, tuve que llenarle la boca de hojas secas de bambú.
Cuando lo tuve bien
atado, regresé en busca de la mujer, y le dije que viniera conmigo,
con el pretexto de que su marido había sufrido un ataque de alguna
enfermedad. De más está decir que me creyó. Se desembarazó de su
ichimegasa y se internó en el bosque tomada de mi mano. Pero cuando
advirtió al hombre atado al pie del abeto, extrajo un puñal que
había escondido, no sé cuándo, entre su ropa. Nunca vi una mujer
tan intrépida. La menor distracción me habría costado la vida; me
hubiera clavado el puñal en el vientre. Aun reaccionando con
presteza fue difícil para mí eludir tan furioso ataque. Pero por
algo soy el famoso Tajomaru: conseguí desarmarla, sin tener que usar
mi arma. Y desarmada, por inflexible que se haya mostrado, nada podía
hacer. Obtuve lo que quería sin cometer un asesinato.
Sí, sin cometer un
asesinato, yo no tenía motivo alguno para matar a ese hombre. Ya
estaba por abandonar el bosque, dejando a la mujer bañada en
lágrimas, cuando ella se arrojó a mis brazos como una loca. Y la
escuché decir, entrecortadamente, que ella deseaba mi muerte o la de
su marido, que no podía soportar la vergüenza ante dos hombres
vivos, que eso era peor que la muerte. Esto no era todo. Ella se
uniría al que sobreviviera, agregó jadeando. En aquel momento,
sentí el violento deseo de matar a ese hombre. (Una oscura emoción
produjo en Tajomaru un escalofrío.)
Al escuchar lo que
les cuento pueden creer que soy un hombre más cruel que ustedes.
Pero ustedes no vieron la cara de esa mujer; no vieron,
especialmente, el fuego que brillaba en sus ojos cuando me lo
suplicó. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí el deseo de que
fuera mi mujer, aunque el cielo me fulminara. Y no fue, lo juro, a
causa de la lascivia vil y licenciosa que ustedes pueden imaginar. Si
en aquel momento decisivo yo me hubiera guiado sólo por el instinto,
me habría alejado después de deshacerme de ella con un puntapié. Y
no habría manchado mi espada con la sangre de ese hombre. Pero
entonces, cuando miré a la mujer en la penumbra del bosque, decidí
no abandonar el lugar sin haber matado a su marido.
Pero aunque había
tomado esa decisión, yo no lo iba a matar indefenso. Desaté la
cuerda y lo desafié. (Ustedes habrán encontrado esa cuerda al pie
del abeto, yo olvidé llevármela.) Hecho una furia, el hombre
desenvainó su espada y, sin decir palabra alguna, se precipitó
sobre mí. No hay nada que contar, ya conocen el resultado. En el
vigésimo tercer asalto mi espada le perforó el pecho. ¡En el
vigésimo tercer asalto! Sentí admiración por él, nadie me había
resistido más de veinte… (Sereno suspiro.)
Mientras el hombre
se desangraba, me volví hacia la mujer, empuñando todavía el arma
ensangrentada. ¡Había desaparecido! ¿Para qué lado había tomado?
La busqué entre los abetos. El suelo cubierto de hojas secas de
bambú no ofrecía rastros. Mi oído no percibió otro sonido que el
de los estertores del hombre que agonizaba.
Tal vez al comenzar
el combate la mujer había huido a través del bosque en busca de
socorro. Ahora ustedes deben tener en cuenta que lo que estaba en
juego era mi vida: apoderándome de las armas del muerto retomé el
camino hacia la carretera. ¿Qué sucedió después? No vale la pena
contarlo. Diré apenas que antes de entrar en la capital vendí la
espada. Tarde o temprano sería colgado, siempre lo supe. Condénenme
a morir. (Gesto de arrogancia.)
Confesión de una
mujer que fue al templo de Kiyomizu
-Después de
violarme, el hombre del kimono azul miró burlonamente a mi esposo,
que estaba atado. ¡Oh, cuánto odio debió sentir mi esposo! Pero
sus contorsiones no hacían más que clavar en su carne la cuerda que
lo sujetaba. Instintivamente corrí, mejor dicho, quise correr hacia
él. Pero el bandido no me dio tiempo, y arrojándome un puntapié me
hizo caer. En ese instante, vi un extraño resplandor en los ojos de
mi marido… un resplandor verdaderamente extraño… Cada vez que
pienso en esa mirada, me estremezco. Imposibilitado de hablar, mi
esposo expresaba por medio de sus ojos lo que sentía. Y eso que
destellaba en sus ojos no era cólera ni tristeza. No era otra cosa
que un frío desprecio hacia mí. Más anonadada por ese sentimiento
que por el golpe del bandido, grité alguna cosa y caí desvanecida.
No sé cuánto
tiempo transcurrió hasta que recuperé la conciencia El bandido
había desaparecido y mi marido seguía atado al pie del abeto.
Incorporándome penosamente sobre las hojas secas, miré a mi esposo:
su expresión era la misma de antes: una mezcla de desprecio y de
odio glacial. ¿Vergüenza? ¿Tristeza? ¿Furia? ¿Cómo calificar a
lo que sentía en ese momento? Terminé de incorporarme, vacilante;
me aproximé a mi marido y le dije:
-Takehiro, después
de lo que he sufrido y en esta situación horrible en que me
encuentro, ya no podré seguir contigo. ¡No me queda otra cosa que
matarme aquí mismo! ¡Pero también exijo tu muerte! Has sido
testigo de mi vergüenza! ¡No puedo permitir que me sobrevivas!
Se lo dije gritando.
Pero él, inmóvil, seguía mirándome como antes, despectivamente.
Conteniendo los latidos de mi corazón, busqué la espada de mi
esposo. El bandido debió llevársela, porque no pude encontrarla
entre la maleza. El arco y las flechas tampoco estaban. Por
casualidad, encontré cerca mi puñal. Lo tomé, y levantándolo
sobre Takehiro, repetí:
-Te pido tu vida. Yo
te seguiré.
Entonces, por fin
movió los labios. Las hojas secas de bambú que le llenaban la boca
le impedían hacerse escuchar. Pero un movimiento de sus labios casi
imperceptible me dio a entender lo que deseaba. Sin dejar de
despreciarme, me estaba diciendo: «Mátame».
Semiconsciente,
hundí el puñal en su pecho, a través de su kimono.
Y volví a caer
desvanecida. Cuando desperté, miré a mi alrededor. Mi marido,
siempre atado, estaba muerto desde hacía tiempo. Sobre su rostro
lívido, los rayos del sol poniente, atravesando los bambúes que se
entremezclaban con las ramas de los abetos, acariciaban su cadáver.
Después… ¿qué me pasó? No tengo fuerzas para contarlo. No logré
matarme. Apliqué el cuchillo contra mi garganta, me arrojé a una
laguna en el valle… ¡Todo lo probé! Pero, puesto que sigo con
vida, no tengo ningún motivo para jactarme. (Triste sonrisa.) Tal
vez hasta la infinitamente misericorde Bosatsu abandonaría a una
mujer como yo. Pero yo, una mujer que mató a su esposo, que fue
violada por un bandido… qué podía hacer. Aunque yo… yo…
(Estalla en sollozos.)
Lo que narró el
espíritu por labios de una bruja
-El salteador, una
vez logrado su fin, se sentó junto a mi mujer y trató de consolarla
por todos los medios. Naturalmente, a mí me resultaba imposible
decir nada; estaba atado al pie del abeto. Pero la miraba a ella
significativamente, tratando de decirle: «No lo escuches, todo lo
que dice es mentira». Eso es lo que yo quería hacerle comprender.
Pero ella, sentada lánguidamente sobre las hojas muertas de bambú,
miraba con fijeza sus rodillas. Daba la impresión de que prestaba
oídos a lo que decía el bandido. Al menos, eso es lo que me parecía
a mí. El bandido, por su parte, escogía las palabras con habilidad.
Me sentí torturado y enceguecido por los celos. Él le decía:
«Ahora que tu cuerpo fue mancillado tu marido no querrá saber nada
de ti. ¿No quieres abandonarlo y ser mi esposa? Fue a causa del amor
que me inspiraste que yo actué de esta manera». Y repetía una y
otra vez semejantes argumentos. Ante tal discurso, mi mujer alzó la
cabeza como extasiada. Yo mismo no la había visto nunca con
expresión tan bella. ¡Y qué piensan ustedes que mi tan bella mujer
respondió al ladrón delante de su marido maniatado! Le dijo:
«Llévame donde quieras». (Aquí, un largo silencio.)
Pero la traición de
mi mujer fue aún mayor. ¡Si no fuera por esto, yo no sufriría
tanto en la negrura de esta noche! Cuando, tomada de la mano del
bandolero, estaba a punto de abandonar el lugar, se dirigió hacia mí
con el rostro pálido, y señalándome con el dedo a mí, que estaba
atado al pie del árbol, dijo: «¡Mata a ese hombre! ¡Si queda vivo
no podré vivir contigo!». Y gritó una y otra vez como una loca:
«¡Mátalo! ¡Acaba con él!». Estas palabras, sonando a coro, me
siguen persiguiendo en la eternidad. ¡Acaso pudo salir alguna vez de
labios humanos una expresión de deseos tan horrible! ¡Escuchó o ha
oído alguno palabras tan malignas! Palabras que… (Se interrumpe,
riendo extrañamente.)
Al escucharlas hasta
el bandido empalideció. «¡Acaba con este hombre!». Repitiendo
esto, mi mujer se aferraba a su brazo. El bandido, mirándola
fijamente, no le contestó. Y de inmediato la arrojó de una patada
sobre las hojas secas. (Estalla otra vez en carcajadas.) Y mientras
se cruzaba lentamente de brazos, el bandido me preguntó: «¿Qué
quieres que haga? ¿Quieres que la mate o que la perdone? No tienes
que hacer otra cosa que mover la cabeza. ¿Quieres que la mate?…»
Solamente por esa
actitud, yo habría perdonado a ese hombre. (Silencio.)
Mientras yo
vacilaba, mi esposa gritó y se escapó, internándose en el bosque.
El hombre, sin perder un segundo, se lanzó tras ella, sin poder
alcanzarla. Yo contemplaba inmóvil esa pesadilla. Cuando mi mujer se
escapó, el bandido se apoderó de mis armas, y cortó la cuerda que
me sujetaba en un solo punto. Y mientras desaparecía en el bosque,
pude escuchar que murmuraba:
«Esta vez me toca a
mí». Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no.
«¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté
atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz
calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)
Por fin, bajo el
abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía
el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de
un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi
garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía,
el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba
un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los
bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía…
Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto
por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me
acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una
difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de
mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me
hundí en la noche eterna para no regresar…
lunes, marzo 13, 2017
Poemas de Bashö
En el libro “Haiku de las Cuatro Estaciones”, se recopilan los poemas de 17 sílabas que Bashö escribió en alusión a la Primera, el Verano, el Otoño y el Invierno. De allí surge está selección.
Primavera
Un leve instante
se retrasa sobre las flores
el claro de luna
se retrasa sobre las flores
el claro de luna
Por todas partes
se precipitan las flores
sobre el agua del lago
se precipitan las flores
sobre el agua del lago
Brisa ligera
apenas tiembla
la sombra de la glicina
apenas tiembla
la sombra de la glicina
El crisantemo blanco
el ojo no encuentra
la menor impureza
el ojo no encuentra
la menor impureza
Al olor del ciruelo
surge el sol
sobre el sendero de montaña
surge el sol
sobre el sendero de montaña
Verano
Allí donde el cucú
desapareció
hay una isla
desapareció
hay una isla
Templo de Suma
oigo las flautas antiguas
desde la sombra de un árbol
oigo las flautas antiguas
desde la sombra de un árbol
Puente suspendido
a las plantas trepadoras
se aferran nuestras vidas
a las plantas trepadoras
se aferran nuestras vidas
El primer melón
lo cortamos en cuatro
¿o bien en tajadas?
lo cortamos en cuatro
¿o bien en tajadas?
La primavera pasa
lloran los pájaros y
son lágrimas los ojos de los peces
lloran los pájaros y
son lágrimas los ojos de los peces
Otoño
Lluvias frías
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja
¿Con qué voz cantarás
y qué canto araña
en la brisa del otoño?
y qué canto araña
en la brisa del otoño?
El sonido de la campana
se expande en la bruma
del alba
se expande en la bruma
del alba
Dios está ausente
las hojas muertas se amontonan
todo está desierto
las hojas muertas se amontonan
todo está desierto
Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca
Invierno
Hielo nocturno
me despierto
mi cántaro estalla
me despierto
mi cántaro estalla
Tan enjuto
como el salmón seco
el bonzo en el frío
como el salmón seco
el bonzo en el frío
Sol de invierno
sobre un caballo
mi silueta helada
sobre un caballo
mi silueta helada
Desolación invernal
en un mundo uniforme
el ruido del viento
en un mundo uniforme
el ruido del viento
¿La nieve que cae
es otra
este año?
es otra
este año?
miércoles, febrero 08, 2017
YO REMO
Maldije tu frente tu vientre tu vida
maldije las calles que tu andar enfila
los objetos que tu mano aprehende
maldije el interior de tus sueños
Puse una charco en tu ojo que ya no ve
un insecto en tu oreja que ya no oye
una esponja en tu cerebro que ya no comprende
Te enfrié en el alma de tu cuerpo
te congelé en tu vida profunda
el aire que respiras te sofoca
el aire que respiras tiene un olor a sótano
es un aire ya espirado que fue desechado las hienas
el estiércol de ese aire ya nadie lo puede respirar
Tu piel está toda húmeda
tu piel suda el sudor del gran miedo
tus axilas exhalan a lo lejos un olor a cripta
Los animales de detienen cuando pasas
los perros aúllan por la noche, con la cabeza
enderezada hacia tu casa
no puedes huir
no te llega ni siquiera una fuerza de hormiga a la
punta del pie
tu cansancio hace tronco de plomo en tu cuerpo
tu cansancio es una larga caravana
tu cansancio llega hasta el país de Nan
tu cansancio es inexpresable
Tu boca te muerde
tus uñas te arañan
ya no es más tuya tu mujer
ya no es más tuyo tu hermano
la planta de tu pie es mordida por una serpiente
furiosa
Han babeado sobre tu progenitura
han babeado sobre la risa de tu hijita
han babeado frente al rostro de tu morada
El mundo se aleja de ti
Yo remo
remo
remo contra tu vida
remo
me multiplico en remeros innumerables
para remar más fuertemente contra ti
Caes en lo vago
careces de soplo
te fatigas ante el menor esfuerzo
Yo remo
remo
remo
Te vas, ebrio, atado a la cola de un mulo
la ebriedad como un enorme parasol que oscurece
el cielo
y junta las moscas
la ebriedad vertiginosa de los canales semicirculares
comienzo mal atendido de la hemiplejía
la ebriedad no te abandona ya
te tumba a la izquierda
te tumba a la derecha
te tumba sobre el suelo pedregoso del camino
Yo remo
remo
remo contra tus días
En la casa del sufrimiento entras
Yo remo
remo
sobre una faja negra se inscriben tus acciones
sobre el enorme ojo blanco de un caballo bizco
rueda tu por venir
YO REMO
Henri Michaux
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